Charo Alonso y el homenaje de Béjar a Carmen Martín Gaite en los cien años de su nacimiento

Para la cultura bejarana, y por extensión salmantina, era obligado dedicarle un acto cultural en el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Martín Gaite y el Centro de Estudios Bejaranos lo tenía presente a la hora de organizar su calendario de actividades anuales. Y quién mejor para hacerlo que otra escritora, también salmantina, tan querida para nosotros como Charo Alonso. Los hados han querido, además, que la fecha coincidiera con los 25 años de su fallecimiento… con tan solo un día de diferencia (23 de julio). Dos homenajes para una sola persona.

Así pues, la tarde de ayer estuvo dedicada a dos escritoras salmantinas, con una biblioteca del Casino Obrero (el templo de la cultura bejarana) a rebosar de atentos escuchantes. Charo Alonso se deja querer y no lo oculta en su maravillosa dulzura y sencillez. No hay ocasión en la que no recuerde sus “viajes” de la infancia a la ciudad textil de la mano de su padre, quien venía a arreglar las máquinas de Vertex, momentos que aprovechaba para recorrer arriba y abajo, abajo y arriba, la calle Mayor entonces repleta de comercios. Ayer lo recordó al principio de su intervención, una intervención que presentó la presidenta del Centro de Estudios Bejaranos, Josefa Montero García, y cerró la presidenta del Casino Obrero de Béjar, Isabel de la Cruz.

 

También rememoró que, mucho tiempo después de aquellas excursiones, apenas hace un año, regresó a Béjar para presentar  con la ilustradora Carmen Borrego en el mismo Casino Obrero su poemario Tiempo de sementera, un momento en el que retomó sus lazos con la ciudad. Y de ahí fue natural el paso hacia el relato de la vida de Carmen Martín Gaite, “la hija del notario”, la escritora que amaba la poesía y el cuento, la historia y la traducción, el ensayo y la novela, la narradora de la sociedad salmantina de los años 40 y 50, la excelente divulgadora que mezclaba en sus disertaciones la palabra con la música. Aquella que hablaba con los muertos y sabía hablar cuatro idiomas, que casó con otro escritor y a quien nadie regaló nada, que perdió a varios hijos en su más tierna infancia y enterró a su única hija por culpa del sida cuando ésta apenas tenía 30 años, esa caperucita que recorre Manhattan cada vez que leemos su maravilloso libro.

Los escritores nunca mueren, viven en su escritura. Charo recordó esta máxima varias veces durante su conferencia y nos animó a revivir a Carmen Martín Gaite leyendo sus libros entre visillos, detrás de las ventanas.

Texto: Carmen Cascón Matas

Fotos: Enrique García Periáñez

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